augusto, ta.
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¿Para qué sirven las palabras si significan una cosa y lo contrario? ¿Por qué el lenguaje sirve al mismo tiempo para la claridad y para la obscuridad? ¿Por qué reverenciar al lenguaje? ¿Hay alguna manera de saber si lo que se dice es cierto o no, sólo examinando las palabras de un texto?
Ahora si tenéis tiempo y ganas, a continuación la primera parte de un librito que se titula Wu Wei La Vía del No Actuar, que simple y agradable, no deja de aguijonear las mentes, que no pueden aprehender el significado del Tao, ni tampoco la belleza del Universo y de la vida.
I
TAO
Era en el templo de Shien Shan, en un islote del mar de la China, a unas pocas horas de barco desde el puerto de Ha To. Al occidente, varias hileras montañosas parecían encaminarse hacia la pequeña isla, apretujada en el hueco de dos líneas que confluían. Al oriente, el océano, infinito. Muy elevado, el templo se encuentra adosado a las rocas, a la sombra ensanchada de los árboles de Buda.
Este islote recibe pocas visitas. A veces son pescadores que huyen de un tifón que se acerca y anclan sus barcas en él cuando el puerto vecino está muy alejado.
Nadie sabría decir por qué se alza el templo en un lugar tan solitario. Su derecho a la existencia parece haber sido consagrado por los siglos. De vez en cuando, algún extranjero se aventura hasta allí; se encuentra con un centenar de andrajosos que continúan llevando por tradición, una vida ancestral.
Me dirigí hacia aquel templo conducido por la esperanza de hallar allí algún hombre cuya enseñanza fuera fructífera. Más de un año visitando monasterios y santuarios cercanos no me había permitido encontrar aún un solo sacerdote serio que me enseñara lo que no contenían los escritos superficiales a propósito de la religión del Celeste Imperio. En todas partes caí sobre pobres hombres, ignorantes y limitados que, arrodillándose ante imágenes cuyo sentido simbólico no lograban captar, repetían como loros extraños Sutras de los que no entendían ni una sola palabra. Mi limitado bagaje de ciencia lo tuve que reunir a partir de libros mal traducidos, aún más deformados por los sabios europeos que por los literatos chinos a los que había tenido ocasión de consultar.
Un día, oí a un viejo chino refunfuñar algunas frases a propósito de cierto <> de Shien Shan que había penetrado los secretos del Cielo y de la Tierrra.
Incontinente, aunque sin concebir demasiadas esperanzas, atravesé el mar para ir al encuentro del Sabio.
El templo se parecía a otros que yo ya había visto. Dos sacerdotes inmundos, acurrucados en sus harapos gris-sucio, me avistaron burlándose estúpidamente de mí. Las imágenes de Kwan Yin, de Sakiamuni, de San Pao Fo, recientemente repintadas, habían perdido su antigua belleza bajo la brillante capa de colores chillones. El suelo estaba lleno de todo tipo de porquería, cortezas de naranjas, trozos de caña de azúcar. Un olor fétido me impedía respirar.
Dirigiéndome a uno de los sacerdotes, dije: <
Con cara de asombro, me respondió: <>.
Sin dejarme desconcertar, proseguí: <<¿Me llevarías hasta él? Te daré un dólar.>>
La codicia hizo brillar sus ojos, pero, bajando la cabeza, me dijo:
<>
Sus compañeros, que aún se reían, me ofrecieron te, esperando sin duda una generosa limosna.
Me encaminé y, tras una media hora de ascensión, descubrí una habitación cuadrada: la celda de la ermita. Habiendo rozado la puerta, oí enseguida que giraba la llave.
El sabio apareció en el umbral, hundiendo su mirada en la mía.
Fue una revelación.
Me pareció ver una brillante Luz que, en vez de deslumbrarme, arrojaba paz. El hombre se alzaba, alto y recto como una palmera. Su rostro era calmo como una tarde de verano, cuando los rayos de la luna bañan las cimas de los árboles inmóviles.
Su cuerpo entero poseía la majestad de la Naturaleza, tan simplemente bello era, espontáneo como una nube o una montaña. Poseía la misma aureola de santidad que un paisaje crepuscular, cuando exhala el alma en los últimos reflejos luminosos y el poeta siente subir en él algo como una oración.
Los ojos del Sabio, descendiendo hasta lo más hondo en mí, me llenaron de angustia; conocí entonces la vanidad de mi pobre y pequeña vida.
Incapaz de articular una sola palabra, bebí, silencioso, la luz que emanaba de él.
El Sabio me tendió la mano, y su gesto de acogida semejaba al de unaflor que se inclina a partir del tallo.
Habló, y su voz me hizo pensar en el zumbido del viento en las hojas.
<>, dijo <<¿Qué vienes a buscar ante un anciano?>>
<>, respondí humildemente. <>.
<>, respondió el Sabio. <
El Emperador Amarillo, errando un día en el norte del Mar Rojo, alcanzó la cima de los montes Kun-Lun>>.
<
Creo, dije, que esta perla era su alma; tanto la ciencia, como la vista o la palabra tienden más a oscurecer que a aclarar. En fin, sólo el No Actuar absoluto permite al Emperador reencontrar la consciencia de su alma. ¿Qué pensáis, Maestro?
¡Muy bien! Has presentido la verdad. ¿Sabes quién es el autor de este bello relato?
Soy joven e ignorante. No sé.
Nos ha llegado a través de Tchuang-Tzú, discípulo de Lao-Tzú, que fue el Sabio más grande de la China. Ni Confucio ni Mencio han expresado la Sabiduría más pura. Lao-Tzú fue el más grande, y Tchuang-Tzú es su apóstol. Ya sé, vosotros, los extranjeros, sentís una benévola admiración, incluso por Lao-Tzú. Sin embargo, no creo que haya muchos entre vosotros que sepan cóm Lao-Tzú logró ser el hombre más puro de la tierra. ¿Has leído el Tao Te King? ¿Has reflexionado en el sentido que concedía a la palabra Tao?
Me sentiría muy honrado si mi venerable Maestro se dignara revelarme el sentido de Tao.
Me parece, joven, que podría enseñarte. Hace muchos años que no tengo alumnos y leo en tus ojos, no la vana curiosidad, sino el deseo sincero de adquirir la sabiduría que liberara tu alma. Escúchame.
En resumen, Tao es lo que los extranjeros llamáis Dios. Tao es el único. El Principio y el Fin. Lo abarca todo y todo vuelve a él. Lao-Tzú, al principio de su libro, trazó el carácter Tao. Sin embargo, lo que entiende por Tao, la Superioridad Absoluta, el Unico, no puede ser nombrado, ni interpretado por un sonido, por el mero hecho de que es el Unico. Del mismo modo, vuestro Dios no puede ser llamado Dios. U, la Nada, eso es lo que es el Tao. ¿Me entiendes? Escucha aún.
Hay una Realidad Absoluta, sin principio ni fin, que no podríamos concebir y que, por este mismo hecho, es para nosotros Nada. Por otra parte, aquello que podemos concebir, lo que para nosotros es relativamente real, en realidad no es sino apariencia; es una consecuencia engendrada por la Realidad Absoluta, ya que todo vuelve a ella, después de haber salido de ella. Sin embargo, las cosas, para nosotros reales, no son reales en sí. Lo que llamos Ser, en realidad no es, y lo que llamamos No-Ser, es. Vivimos en profundas tinieblas. Lo que imaginamos como real no lo es, y sin embargo procede de lo real, pues lo Real lo es Todo. Pues bien, todo Ser, así como todo No-Ser, es en realidad Tao. Recuerda que Tao no es más que un conjunto de sonidos proferidos por el hombre; el verdadero Tao es indecible. Toda cosa percibida por los sentidos, todos los deseos del corazón son irreales. Tao es tanto el principio del Cielo como de la Tierra. Uno engendró Dos. Dos engendró Tres. Tres engendró la Multiplicidad. La Multiplicidad vuelve al Uno.
Cuando te hayas empapado de todo esto, joven, habrás franqueado las primeras puertas de la sabiduría. Sabrás entonces que Tao es el origen de todo. De Tao proceden los árboles, las flores, los pájaros. El océano, el desierto, los montes le deben su ser. El dia, la noche, las estaciones, la vida y la muerte nacen de él. Los mismo ocurre con tu propia existencia. Los universos perecen, los océanos se evaporan en la eternidad. Un hombre surge de las tinieblas, sonríe unos instantes al fulgor que lo rodea, y luego desaparece. Tao está en todos estos cambios. Tu alma, en su esencia, es Tao. ¿Ves el mundo que se extiende ante tus ojos?
Con un gesto amplio, el Sabio abrazó el mar y el horizonte.
Las montañas entregaban al cielo sus masas poderosas y resueltas. Eran como pensamientos poderosos esculpidos en plena consciencia. A medida que se hacían más lejanas, su substancia se afinaba, se perdía como soñadores horizontes de éter luminoso. Una de ellas, muy alta, tenía en su cima un arbolillo que, en un tenue balanceo, dibujaba sobre la claridad celeste un fino bordado de hojas que se movían. Caia la tarde. Como una ternura envolvente, descendía de las regiones superiores. Las estrellas comenzaban a brillar y las montañs se recortaban, más claras, aureoladas de una maravillosa beatitud. Sus contornos se precisaban. Por doquier era la calma ascendiente, que convergía en un haz de líneas rectas, inmóviles, como la llama ía de una fe inquebrantable y serena. Y el mar, lentamente, empujaba hacia nosotros sus olas; hubiérase dicho que planeaban. Era un infinito que caminaba, lleno de tranquila certeza. Y observé aún una pequeña barca cuya minúscula vela parecía un pétalo de rosa dorada. Infima, se aventuraba sin temor como cargada de amor sobre la extensión inmensa. Todo era de una absoluta pureza, inaccesible al mal.
Entonces, lleno de una extraña alegría, dije:
Maestro, la comprensión entra en mí. Lo que busco es, en todas partes. No era necesario ir tan lejos en busca de lo que estaba al alcance de la mano. Lo que yo busco está en todas partes; lo que soy yo mismo, lo que es mi alma. Me es tan familiar como mi propio yo. Todo es Revelación. Dios está en todas partes. Tao está en todo.
Cierto, hijo mío. Sin embargo, debes evitar las confusiones. Tao está en lo que ves. Pero lo que ves no es Tao. No cometas el error de creer que podrías contemplar Tao con los ojos de la carne. Tao no te hará ni estallar de alegría en tu corazón, ni saltar las lágrimas. Todos tus sentimientos y emociones son relativos, y no reales. No me extenderé en estas cosas; sólo estás en el umbral de la primera Puerta. Lo que percibes no son sino los primeros albores del alba. Conténtate con haber descubierto Tao en todo. Tu vida ganará en simplicidad y en confianza. Créeme, en el abrazo de Tao, estás tan seguro como un niño en brazos de su madre. Cada día te sentirás más impregnado de gravedad, en cualquier lugar donde estés, santificado como un sacerdote en el recinto del templo. Ya no temerás más las tribulaciones. Ya no temblarás ni ante la vida ni ante la muerte, pues sabrás que tanto una como la otra proceden de Tao, una vez te haya envuelto en la vida, no dejará, después del paso de la muerte, de envolverte por la eternidad.
Observa el paisaje que se extiende ante tus pies. Los árboles, los montes, el mar son tus hermanos, como lo son el aire y la luz. ¿Ves las olas que avanzan con un paso natural como movidas por una ley cuya ineludible fuerza conocen? ¿Ves ese arbolillo, tu tierno hermano, y el juego exquisito de sus hojas tenues?
Escucha ahora lo que voy a decirte de Wu We, del No Actuar, del Dejar Ir al ritmo que procede de Tao. Los hombres podrían ser verdaderamente hombres si se dejaran ir como hacen las olas del mar, como florecen los árboles, en la simple belleza de Tao. En todo hombre hay un impulso a moverse que procede de Tao y que tiende a devolverlo a él. Pero los hombres se dejan cegar por sus sentidos y sus deseos. Son ellos los que quieren la voluptuosidad, la alegría, el odio, la fama y las riquezas. Sus movimientos toman la violencia de la tempestad desencadenada; su ritmo es un ascenso furioso, seguido de na precipitada caída. Desesperados, se atan a todo lo que es irreal. Desean demasiado la multiplicidad como para desear al Único. También quieren la sabiduría, y la bondad y esto, es lo peor de todo. Sólo hay un Remedio: el retorno a nuestros Orígenes. Tao está en nosotros. Tao es el Reposo. Sólo podemos llegar hasta él dejando de tender hacia él, y lo mismo ocurre con la bondad y la sabiduría. ¡Ay esos deseos inflamados de conocer Tao! ¡Esta triste pena que consiste en buscar palabras que lo expresen o lo imploren! El verdadero Sabio contempla la Doctrina inefable, que nunca será expresada. Por otra parte, ¿quién podría expresar Tao? Los que saben (qué es Tao) no lo expresan; aquellos que lo expresan, lo ignoran.
Tampoco yo te diré qué es Tao. Lo descubrirás por ti mismo, liberándote de todo deseo, de toda emoción, viviendo sin esfuerzo, sin acción alguna que esté en oposiciòn con la naturaleza. Con un movimiento tan calmo, tan regular como el del Océano que está delante de nosotros, has de dejarte llevar hasta Tao. El mar no se mueve porque sea su voluntad, ni porque sepa que es bueno o sabio moverse. Se mueve porque se mueve, y no tiene ninguna consciencia de ello. Así, del mismo modo, fluirás hacia Tao, y cuando hayas alcanzado el objetivo, no sabrás nada, pues tú mismo serás Tao.
El Sabio se calló, mirándome tiernamente con una paz semejante a un cielo sin nubes.
Padre, le dije, lo que me enseñais es tan bello como el mar. Y me parece tan sencillo como la Naturaleza. Sin embargo, no le es tan simple al hombre dejarse fluir, sin más, hacia Tao en una serena inacción.
No confundas las palabras, me respondió. Cuando Lao-Tzú habla de Wu Wei, el No Actuar, no se refería a la inacción ordinaria, el contentamiento perezoso con los ojos cerrados. Designaba la inacción de los movimientos terrestres, de los deseos, de las aspiraciones hacia cosas desprovistas de realidad. Y entendía la acción de las cosas reales; una de las más enérgicas actividades del alma que hay que liberar de la triste carne, como se abre la jaula del pájaro cautivo. Entendía el abandono al poder interior, al ritmo que tiene de Tao, y que te vuelve a llevar a él. Te lo digo, este moverse es tan natural como el de una nube que flota encima de nosotros.
Lentamente, algunas nubes doradas resbalaban, en lo alto, derivando poco a poco hacia el mar. Brillaban con el resplandor puro de un amor sublimado, prosiguiendo su camino con la sensualidad de un sueño.
Dentro de un momento, dijo el Sabio, se habrán disuelto en el infinito del cielo, y sólo percibirás el eterno azur. Así tu alma, como en un sueño, será disuelta y absorbida por Tao.
Mi vida está llena de pecados, repliqué. Estoy abrumado por un fardo de deseos oscuros. Y mis sombríos hermanos, los humanos, se me parecen. ¿Cómo, purificados como el oro virgen, aligerados y límpidos como estas nubes, podrían por fin fluir hacia Tao? El mal nos hace pesados y nos hace caer de nuevo en el barro.
No creas, no creas, dijo el Sabio con una sonrisa amorosa y clemente. Ningún hombre podría destruir Tao; en el alma de cada cual brilla con un destello inextinguible.
Sobre todo no creas que la maldad del hombre sea hasta tal punto resistente. Tao, el inmortal Tao, vive en el corazón de todos, tanto en el sabio como en el asesino, en el poeta o en el más depravado. Todos llevan en él un tesoro indestructible, y nadie vale más que su hermano.
No podrías amar más a uno que a otro, ni bendecir a uno para maldecir a otro. En esencia son tan semejantes como granos de arena sobre la playa. Nadie será, en la eternidad, excluido de Tao, pues todos lo llevan en sí mismos. Sus pecados son ilusorios como vaga neblina. Sus actos no son sino un espejismo y sus palabras se evaporan como el más evanescente de los sueños. No pueden ser buenos, ni malos. Irresistiblemente, están movidos hacia Tao, como la gota de agua va a parar fatalmente al océano. Ciertamente, el viaje de unos es de una duración más o menos larga que el de otros. Pero, ¿qué son algunos siglos al lado del infinito? ¡Pobrecillo! ¿Hasta tal punto te ha llenado de temor tu tal, el pecado? ¿Verdaderamente has imaginado que podría ser más fuerte que Tao? ¿Has podido creer que los pecados de los hombres resistirían a Tao? Has buscado una perfección demasiado grande y te has detenido demasiado tiempo ante tu maldad. Has querido ver demasiado bien en tus semejantes y su maldad te ha entristecido injustamente.
Todo esto no es sino apariencia. Tao no es ni bueno ni malo, pues sólo Tao es Realidad. Tao es; todas las cosas irreales viven una vida ilusoria, hecha de contrastes y relatividad. No viven en sí, y no son más que añagaza. Deja de querer ser bueno y no te creas malo. ¡Wu Wey!, No Acción, así debes dejarte ir. No ser ni bueno ni malo, ni grande ni pequeño, ni alto ni bajo. No serás verdaderamente hasta el día en que, capta bien el sentido de mis palabras, dejes de ser. Libérate en primer lugar de todas las ilusiones, de todos los deseos, de todas las aspiraciones. Entonces emprenderás el camino, sin saberlo, sin ser movido por una causa de la que puedas ser consciente. Fluirás hacia Tao a un ritmo ligero que es tu puro principio vital, el único real. E irás, tan claro, tan inconsciente como las nubes de oro que se han disuelto en los cielos.
Súbitamente, me pareció que respiraba con más libertad sin que, sin embargo, pudiera decir que se trataba de alegría o de felicidad. Era más bien como si se explayaran en mí horizontes cada vez más amplios.
Padre, dije, os agradezco vuestras palabras, llenas de Tao, que me arrastran a un ritmo que no sabría definir, pero que me arrulla suavemente. Tao, en verdad, es algo maravilloso. Lo que siento, nunca me lo hicieron sentir ni la ciencia ni la sabiduría adquiridas.
Deja de perseguir la sabiduría, dijo el anciano. No busques nunca el saber demasiado y, con el tiempo, la ciencia vendrá a ti por si misma. El saber adquirido por la acción no natural aleja al Tao. No intentes conocer todo acerca de los hombres y de las cosas que te rodean y, sobre todo, no te esfuerces en profundizar en sus relaciones y sus contrastes. No seas asiduo persecutor de la felicidad y no te dejes amedrentar por la desgracia. Ni una ni otra son reales. La alegría, el dolor, tampoco lo son. Si pudieras representarte Tao bajo la forma de sabiduría, sufrimiento, de felicidad o de su antítesis, ya no sería Tao. Tao es uno, y no tiene antítesis. Tchuan-Tzú lo expresa con mucha simplicidad: La Felicidad Suprema no es Felicidad.
Del mismo modo, el dolor no existirá para ti. No creas que es una realidad, un principio esencial de lo que es, de tu propia vida. Te abandonará un día como desaparecen las brumas del flanco de una montaña. Acabarás viendo que todo lo que existe es inevitable y natural. Las cosas que, durante tanto tiempo te han parecido oscuras, tristes, importantes, se convertirán en Wu Wei, o sea perfectamente simples, no actuantes sin causa discernible. Todo procede de Tao; todo es parte natural del gran Sistema que procede del Principio Único.
Entonces nada te alegrará y nada te entristecerá. Ya no conocerás la risa o los lloros… Tu mirada es dubitativa, parece que me acuses de frialdad y de dureza… Cuando hayas caminado un poco comprenderás que un ser semejante está perfectamente en la línea de Tao. En efecto: cuando te encuentras con el dolor, sabrás que ha de desaparecer, pues es irreal. Cuando te encuentres con la alegría, comprenderás cuán primitiva es aún, porque está ligada a las limitaciones del tiempo y de las circunstancias, y condicionada por su antítesis, el dolor. Si te encuentras con un ser amable, lo aceptarás como natural y, al mismo tiempo, percibirás la perfección que alcanzará el día en que no sea más amable ni bueno. La visión de un asesino ya no te asustará; ya no te inspirará amor humano excesivo ni, tampoco, odio, pues sabrás que es tu semejante en Tao, y que ninguno de sus pecados podría destruir Tao en él.
Cuando sepas ser Wu Wei, No Actuante, en el sentido ordinario y humano del término, serás verdaderamente y cumplirás tu ciclo vital con la misma falta de esfuerzo que la ola que se mueve a nuestros pies. Nada aleteará ya tu quietud. Tu sueño ya no tendrá sueños y lo que entra en el campo de la consciencia ya no te causará quebraderos de cabeza. Lo verás todo en Tao, serás uno con todo lo que existe y la naturaleza entera será tu prójimo como una amiga, como tu propio yo. Aceptando sin conmoverte el paso de la noche al día, de la vida a la muerte, llevado por el ritmo eterno, encontrarás en Tao, allí donde nada cambia, allí adonde volverás tan puro como saliste.
Lo que decís, Padre, es tan simple que destruye cualquier duda. Sin embargo, ¡la vida me gusta todavía tanto! Y la muerte me asusta; la mía, la de mis amigos, la de mi esposa, la de mi hijo… ¿Cómo no temblar ante lo que es tan frío, tan sombrío? La vida es clara, alegre, con su sol, y la tierra revestida de su túnica de flores y de verdor.
Aún no te has dado cuenta hasta qué punto la muerte, como la vida, es natural. Estás demasiado atado a la carne perecedera, enterrada en la tierra helada. Lo que sientes es lo mismo que siente el prisionero que está a punto de recobrar la libertad y que está triste por tener que abandonar la celda en la que ha vivido tanto tiempo. Ves siempre a la muerte como antítesis de la vida; sin embargo ambas son irreales. No son sino una apariencia, un paso. Pero tu alma está abandonando la orilla de un pequeño lago conocido para nadar hacia el océano. La realidad en ti, tu alma, es imperecedera y no conoce el temor. Deja de tener miedo. De todos modos, cuando pasen los años, cuando has vivido bastante al ritmo de Tao, la angustia se desvanecerá por sí misma. Entonces ya no llorarás más que a los difuntos con los que te habrás reunido sin tener consciencia de ello porque, para ti, todo contraste habrá desaparecido.
Al morir la esposa de Tchuang-Tzú, Hui-Tzú, lo descubrió poco después sentado en el suelo jugando con una copa para distraerse. Ante los reproches que le hiciera Hui-Tzú, que le acusaba de tener poco amor, Tchuang-Tzú respondió: No es natural (como ves). Cuando expiró, sentí, evidentemente, una gran tristeza. Pero cuando reflexioné, vi que en el origen no vivía; no sólo no había nacido, sino que tampoco tenía forma. Aún más, esta masa amorfa no contenía aún el principio vital. Entonces, como en la vegetación que fermenta, el principio de vida apareció. Este principio devino forma; la forma dio lugar al nacimiento. Hoy se ha producido una nueva transformación: ha muerto. ¿No es el transcurrir de las estaciones? Primavera, verano, otoño, invierno… Ella está durmiendo apaciblemente en la Gran Casa. Si ahora llorara abundantes lágrimas, dejaría de comprender todo lo que te digo. Por eso he dejado de llorar.
El Sabio hablaba en un tono tan uniforme, que se sentía cuán naturales le parecían estas cosas. Como la Luz aún no se había hecho en mí, dije:
Esta sabiduría me asusta. Me hace temblar. Si la alcanzara, la vida me parecería una nada helada.
En efecto, respondió el Sabio sin manifestar la menor amargura. La vida es así: fría y vacía. Y los hombres son tan decepcionantes como la vida.
Nadie se conoce a sí mismo ni conoce a su prójimo. Sin embargo, todos son iguales: La vida no existe. No tiene ninguna realidad.
No sabiendo qué contestar, miré el paisaje vespertino.
Las montañas dormían apaciblemente envueltas en brumas ligeras. Las rodeaba una delicada luz azulina: como niños obedientes, estaban acostadas bajo la inmensidad de los cielos. Abajo brillaban algunas luces, rojizas y temblorosas. Un canto triste y monótono se elevaba acompañado por el trémolo de una flauta.
El mar se hundía, se hundía en la inconmensurable profundidad de la noche, y me pareció percibir el soplo del Infinito que llegaba de los más alejados espacios.
Entonces un gran dolor hinchó mis ojos y con apasionada insistencia dije:
¿Pero qué ocurre con el amor, Padre, qué pasa con la amistad?
Me miró. Aunque no pude distinguir con claridad sus trazos, vi brillar una extraña ternura en sus ojos. Con voz suave prosiguió:
Es lo mejor que hay en la vida. Te acompañarán en los primeros movimientos de Tao en ti. Sin embargo, un día, ya no los conocerás del mismo modo que el río ya no conoce su cauce una vez se ha confundido con el océano. No creas que quiero enseñarte a alejar el amor de tu corazón; sería ir en contra de Tao. Ama lo que amas, y no caigas en el error de ver en el amor un obstáculo que retrasa tu liberación. Quitar el amor de tu corazón sería Actuar con locura terrestre; en vez de acercarte a Tao, te alejaría de él. Lo que yo quiero decirte es lo siguiente: al principio, el Amor se desvanecerá sin que te des cuenta. Luego, Tao no es amor. No olvides que te hablo de cosas supremas en la medida en que te son accesibles y útiles. Si no me ocupara más que de la vida y de los hombres, te diría: El amor es el mayor de todos los bienes. Pero para aquel que está a punto de absorberse en Tao, el Amor pertenece al pasado y cae en el olvido.
Hijo mío, se hace tarde y temo cansarte. Si deseas dormir en el templo, confía en mí. Bajemos.
El Sabio encendió su pequeña linterna y tomó mi mano para guiarme. Partimos, caminando con prudencia y mi augusto conductor me manifestó una solicitud totalmente paterna. Atento a cada uno de mis movimientos, iluminaba mis pasos en los lugares difíciles, sosteniendo siempre mi mano con la suya. Cuando llegamos al santuario, me indicó la habitación destinada a recibir a los mandarines y me trajo una manta y una almohada.
¿Cómo podría, venerable Maestro, expresaros mi gratitud y compensaros vuestra bondad?
La paz de su mirada me penetró. Leí en ella el infinito del océano y toda la calma de la dulzura de la noche.
El sabio me sonrió, y fue como la sonrisa de la luz que cae sobre la tierra. Luego, silenciosamente, me abandonó.