Nunca le ha gustado estar delante de los focos, siempre ha obrado según le ha dictado su conciencia, fiel a sus principios y a sus ideas, jamás se mordió la lengua y nunca ha sido políticamente correcto, la sinceridad ha sido una de sus muchas virtudes, esa misma que a veces le causó más de un disgusto y algún que otro encontronazo. Siempre defendió a los suyos y en más de una ocasión no encontró la misma respuesta; pero, a pesar de ello, el altruismo ha continuado siendo su seña de identidad.
La palabra derrota no existía en su vocabulario, caer era sinónimo de levantarse, la picardía era la esencia de la vida y el patio del colegio su segunda casa. No importaba que hiciera frío, que lloviera o nevara, él siempre estaba allí. Daba igual que hubiera cogido un resfriado o que el maldito lumbago le llevara a mal traer, su amor por el baloncesto siempre fue superior a cualquier imponderable.
Si un tablero se rompía, él lo arreglaba, si había que salir a la calle a buscar dinero para poder viajar al próximo desplazamiento, él lo conseguía. Eso, y las camisetas, la serigrafía, el autobús, los trámites federativos y todo lo que hiciera falta para que aquello funcionase.
Siempre caminando, nunca echó en falta no tener carné de conducir. Desde su casa a San Claudio la tirada es buena, camino que recorría todos los días. Con el tiempo justo tras llegar de trabajar y la comida en la boca. Otras salía a por churros una mañana de domingo y no volvía hasta por la tarde. Entre tanto, un viaje a Ponferrada con todos los equipos del club. "Para cuando vuelvas, ¡cómo van a estar los churros!"
Nunca obtuvo otra recompensa que no fuera el placer de enseñar lo que llevaba dentro, la satisfacción de transmitirnos su pasión por este deporte, la explicación de lo que nos esperaba en la vida, la enseñanza de la pillería, del orgullo, de no darte nunca por vencido y creer siempre en la victoria.
Así era el barbas, genio y figura. Hoy, cuando recibe el León de Plata por parte de la Fundación de Baloncesto León, son muchos los recuerdos que se agolpan en mi cabeza, y casi todos buenos. Siempre estaré en deuda con él, por revelarme un modo de entender la vida, por ofrecerme la primera oportunidad y, sobre todo, por enseñarme a adorar el baloncesto sin concesiones.
Nunca ganó una liga ACB, ni estuvo en una fase final de la Copa del Rey, ni le dieron el título al mejor entrenador del año. Tampoco lo buscó, su objetivo era otro. Muchos pasamos por sus manos, unos lo dejaron al poco, otros recorrimos una parte más del camino, pero ninguno de nosotros será capaz de olvidarle nunca. Gracias Paramio, por todo.
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