LA OTRA CARA DE... PEPE ESTRADA
«Tengo una deuda con la sociedad»
Estrada asegura que la vida se lo ha dado todo. «Recibí ayuda cuando más lo necesitaba», agradece Su idilio con el balón es eterno. Pepe Estrada lleva cuarenta años dedicado al deporte de la canasta, una pasión que pule con «sacrificio», el mejor argumento para llegar a ser alguien «en cualquier campo de la vida». Es responsable de la cantera y profesor del Colegio Leonés. La enfermedad lo sorprendió cuando tenía 35 años y mejor pintaban las cosas. Fue un punto de inflexión. Desde entonces, está en su sitio.
06/05/2011 sergio c. anuncibay | león
- Pepe Estrada, en el hall del Colegio Leonés, donde da clase desde hace más de treinta años.
javier quintana
Presume de ser «más de pueblo que San Isidro» porque nació en Palacios de Rueda, se crió en La Cepeda, su padre era de la zona de Omaña, certificó su matrimonio en el Páramo y lleva 28 años de campamento en La Cabrera. Pepe Estrada destila pasión con cada palabra que dedica al baloncesto. Su vida ha estado anclada a la canasta y al Colegio Leonés, donde da clase desde hace 37 años.
-¿Cuál fue tu primer contacto con el balón?
-Empecé en el seminario hace cincuenta años. Como era tan alto me vi abocado al baloncesto.
Ahí jugó su primer partido. Tenía buenas condiciones físicas, pero no destacaba ni por su técnica ni por su táctica. «Cuando te gusta una cosa y pones interés, eres capaz de lograrlo todo», explica Estrada, quien esgrime el «sacrificio» como mejor argumento para triunfar en cualquier campo, «por encima de las cualidades».
Ésta máxima domina el trabajo con la base. Pepe Estrada es el cocinero de la cantera, un orfebre del baloncesto en estado puro. Cientos de chavales inhalan sus conocimientos desde hace décadas. La evolución del deporte de la canasta en la provincia discurre por el mismo sendero que antes pisó Estrada.
-¿Pero cómo empezaste a entrenar?
-Estudiaba Magisterio y tenía unas compañeras que jugaban al baloncesto en la residencia de las Dominicas, pero se quedaron sin entrenador y dos de ellas me propusieron asumir esa tarea. No tenía ni idea, aunque me sobraba ilusión. El patio «era muy pequeño» y las canastas «colgaban de una pared y un nogal». Tenía 18 años. «Estaba lleno de chicas y no sabía dónde meterme», recuerda Estrada. «Tuve la suerte de preparar a Cristina Mayo, la entrenadora por excelencia del balonmano femenino. Es una superdotada física, ambidiestra total. Por aquella época rompía moldes», asegura. No perdió un solo partido en León durante tres años. Ascendió a la máxima categoría en un par de ocasiones pero -lamenta- «tuvimos que renunciar por presupuesto». Fue pionero en casi todo. Es uno de los fundadores de Baloncesto León.
-¿De dónde surge esa iniciativa?
-Quería que la cantera del Colegio Leonés tuviera continuidad. Entrenaba también en la OJE y echaba en falta un club consolidado, con una estructura concreta y donde cada uno tuviera su función. Así nace Baloncesto León. Coincidió, además, que existía un grupo de gente con muchas ganas de trabajar, como Alberto Sobrín, Aurelio, Juan Carlos, Josecho...
Preparó a la primera plantilla durante tres años, hasta que un cáncer le sorprendió cuando mejor pintaban las cosas. Luchó hasta la extenuación y tuvo «mucha suerte» para dar esquinazo a la enfermedad. «Es un mazazo muy duro que te diagnostiquen un cáncer galopante con 35 años», explica. La distancia que marca el tiempo le ha dado ese poso de tranquilidad desde el que reconoce en la enfermedad un punto de inflexión para reconducir su vida. «Me puso en mi sitio y cambió la forma de ver las cosas», revela.
El tumor no conquistó su pasión. Estaba ingresado en el Gregorio Marañón y pidió el alta voluntaria para ir a Corporales. Venía los fines de semana a entrenar a León. «No me tenía en pie y permanecía sentado porque pasé de 105 kilos a 59. Los jugadores trabajaban como verdaderos caballos porque pensaban que era el último entrenamiento», matiza. Fue su «mejor terapia». «Soy un hombre con mucha suerte. Hago lo que me gusta y encima me pagan por ello», agradece. No se ve sin un balón entre las manos porque su trayectoria está marcada por «la relación con tantísimos jóvenes a través del deporte». Asegura que él «no ha sido quien ha madurado a los chavales, ellos me maduraron a mí».
Dice que «tiene una deuda con la sociedad» porque recibió «mucha ayuda» cuando más la necesitaba. No escatima esfuerzos para devolverla. La solidaridad es su mejor escape. «Estoy convencido de que cuando ayudas a alguien consigues un bienestar que no te lo da ni el dinero ni ninguna otra cosa», argumenta. Intenta «por todos los medios» ayudar a quien más lo necesita.
«A mí me ha demostrado la gente que me aprecia mucho, a pesar de mi carácter, que no es nada fácil», reconoce. Tiene fama de ser un profesor duro, pero la fachada no esconde la verdad. «Reconozco que tanto en la enseñanza como en el entrenamiento he sido muy exigente, pero siempre he procurado ir por delante. Cuando exijo, yo voy primero. También procuro estar ahí cuando alguien tiene alguna dificultad», subraya.
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