miércoles, 28 de diciembre de 2011

La tarea del traductor

La tarea del traductor: Recuerda Walter Benjamin que fueron los cuentos infantiles que le leía su madre los que le descubrieron el misterioso poder del lenguaje, que fueron ellos los que le mostraron por vez primera, nos dice, la manifestación del poder que la narración y el arte tienen sobre el cuerpo. Y, prestando un poco de atención, no resulta difícil adivinar la huella de ese primer impacto a lo largo de sus escritos, a partir del temprano artículo Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres en particular (1916), por ejemplo. Benjamin entiende allí que existen tres niveles en el ser del lenguaje. En primer lugar, la lógica del verbo divino para la que crear, nombrar y conocer son lo mismo. Luego, el ser áfono de las cosas, que conservan la marca muda del nombre que las creó, pero vaciada de la sonoridad del poder creador. Y finalmente, el lenguaje del hombre, capaz de escuchar en el mutismo de la naturaleza el eco del nombre que presidió su creación, y capaz por tanto de convertir el lenguaje mudo de las cosas en lengua articulada, el poder de Adán, pero que no puede ser poder del habla sobre las cosas sin ser a la vez poder del lenguaje sobre el propio cuerpo.

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