¡No hay cojones! Nunca una frase tan estúpida entrañó tanto peligro. Suele estar llena de testosterona y algún que otro efluvio etílico. Normalmente la propuesta suele ser descabellada, llena de riesgo y con un componente suicida.
Y así fue, cumplió con todos los requisitos. Celebración de un 40 cumpleaños, el estímulo de luchar contra la conocida crisis, cerveza, vino y camaradería. Lo curioso del asunto es que ocurrió antes de las copas. No imagino cuál hubiera sido el reto si se nos llega a calentar la boca a las cuatro de la mañana.
Luis durante la preparación escurrió el bulto, negó ser el instigador. Pero supo muy bien a quién se lo proponía. A mí, la frase inicial de este texto me irrita mucho, no pude negarme. No entiendo muy bien cómo convencimos a Josines y a Andrés, pero se tiraron al barro. Objetivo, maratón de San Sebastián, 25 de noviembre. Por delante muchos meses para preparar el cuerpo y la cabeza.
Uno, a veces no sabe si se es más inconsciente con 40 años que con 20. Brujuleas en internet, buscas un plan de entrenamiento y te compras unas zapatillas buenas. Al principio sales vestido con cualquier ropa de deporte, pero con el paso de los días compras las mallas que juraste no llevar nunca y unas cuantas camisetas de esas que se ciñen al cuerpo y dejan tus vergüenzas al aire a pesar de ir tapado.
Cuando se va acercando la fecha empiezas a tomar conciencia de que la cosa es seria, pides consejos a los que entienden de la materia, procuras descansar y cuidar la alimentación al máximo. Te adentras en un mundo desconocido pero asombroso. Series, oregones, kilómetros y estiramientos.
La semana previa es un manual de consejos: dormir cuanto se pueda, empezar a llenar tu cuerpo de hidratos de carbono desde el jueves, pasta y arroz por las orejas. El sábado máximo descanso e hidratación.
Dejas tu ropa preparada como si a la mañana siguiente tuvieras tu primer día de colegio, visualizas la carrera y terminas de prepararte mentalmente.
El domingo el desayuno mágico: muesli, cereales, miel, plátano y zumo de naranja. Lo más asombroso de todo es que has llenado una pequeña maleta con toda esa comida por si acaso en el hotel tienen marcas diferentes y tu delicado estómago no tolera el cambio.
Te preocupa el viento, la temperatura, has estado mirando desde una semana antes si va a llover. Todo lo que comenzó como una bravuconada se termina convirtiendo en una liturgia.
Llega el día de la carrera y mascas cada segundo, todo te llama la atención. Disfrutas del ambiente, haces tuyo el aplauso y los ánimos del público como si fueras en primer lugar. Tienes tus momentos de sufrimiento, pero ahí es cuando domina la cabeza. Es cuando te dices a ti mismo: ¡Claro que hay cojones!
P.D. Andrés se cayó del cartel a última hora, le echamos de menos. Josines, Luis y yo terminamos como unos campeones. Elena y Pilar nos animaron y avituallaron durante el recorrido. Disfrutamos mucho, fue una gran experiencia. Hasta que a Elena se le quedó el coche sin bateria y tuvimos que ponernos a empujar.
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