domingo, 16 de septiembre de 2012

Érase una vez

Érase una vez:
Érase una vez una familia con tres hijos. El mayor tenía 18 años, el mediano, 15, y el pequeño, 12. El padre se quedó en el paro y cobraba una ayuda de 400 euros. La madre trabajaba limpiando casas, pero ahora no trae ningún ingreso porque la ley obliga a dar de alta a estos trabajadores y no encontró a nadie que quisiera hacerlo. Manuel, el hijo mayor, quería ir a la universidad pero esos 400 euros mensuales no permitieron pagar la matrícula ni dividiéndola en cuotas. Los pequeños estaban en el instituto. Compartían el libro de texto con el compañero de pupitre porque se han suprimido las ayudas para libros. El material escolar ha subido a un 21% y tendrán que aprovechar los cuadernos, y todo lo que sirva, del curso anterior. Este año no podrán asistir a actividades extraescolares ni al comedor escolar, se acabó el fútbol y la piscina municipal a la que debían asistir para solucionar sus problemas de espalda.
Como también tienen que comer, se han ido a vivir a casa de los abuelos paternos que tienen una pensión de 500 euros. Son siete personas en un piso pequeño. Están en periodo de adaptación. No mueven el coche porque en septiembre tenían que pagar el seguro y no pueden hacerlo; por supuesto, tampoco pueden llenar el depósito de la gasolina. No cambiarán la ropa: los niños, que tienen la mala costumbre de crecer, llevarán prendas de sus primos y vecinos.
Empieza como un cuento pero no lo es, es la dura realidad de muchas familias españolas que sufren las consecuencias de esta crisis que ellos no han provocado.
¿De verdad vamos por buen camino?— Rosa Santa Daría Hernández.

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