Salgo de casa, de noche y a hurtadillas, aprovecho este inicio de otoño para vestir una sudadera con capucha y así, poder cubrir mi cabeza para pasar lo más desapercibido posible. Ignoro si al resto de mis vecinos les ocurre lo mismo, al menos, es lo que me pasa a mi. Una o dos veces por semana me siento como si tuviera el síndrome de Diógenes.
Suelo llevar tres bolsas, una con basura, la de toda la vida, bueno no; la de toda la vida llevaba de todo, botes, latas, cartón, etc. Ahora, si eres un ciudadano ejemplar, solamente restos orgánicos. Otra con envases y la otra con papel y cartón. Si las circunstancias y necesidades semanales te han obligado a usar vidrio, ya tienes la cuarta.
Yo, que al menos en ésto intento serlo, tengo un cierto complejo cuando voy a tirar la basura y acarreo con tantas bolsas. Hay algo que siempre me viene a la mente, como me encuentre con algún vecino pensará: 'Estos tíos son unos guarros. Va con tres o cuatro bolsas y solo viven dos en casa. Este hace un mes que no sale a tirar la basura'. Y eso que no sabe que comemos todos los días en casa de mis padres.
Siento un cierto alivio cuando me deshago de la bolsa de basura tradicional, es el primer contenedor que me encuentro, libero un poco de equipaje y continuo en busca de los contenedores de reciclaje. A partir de este momento el complejo "diogesano" disminuye y al aproximarme a mi destino empiezo a sacar pecho mientras me regocijo en la idea de ser un ciudadano modelo, incluso, en el momento de tirar los papeles, envases, cartones y vidrios, me recreo esperando que alguien me vea y piense: "Mira que tipo más ecológico".
Ésta es la última parte del proceso, anteriormente está la selección del material correspondiente y la inquietud propia que te obliga a averiguar que es una cosa u otra. En algunos casos unos clases avanzadas no estarían de más. Lo obvio es obvio. El vidrio es vidrio y el papel es papel. Ahora bien, cuando te introduces por primera vez en este inmenso mundo del reciclaje te asaltan una serie de dudas.
Cuando terminas un cartón de leche, el primer pensamiento que te viene a la cabeza es considerar que aquello es cartón. Error, es envase. Después está la tapa del vidrio de la zanahoria rallada, ¿eso qué coño es?. En vidrios no, ¿en envases?. Joder, si aquí no cabe nada. Y al final una voz que sale de tu interior te dice: 'No te líes, a la basura de toda la vida, que con lo que reciclas ya tienes que tener la conciencia tranquila'. Lo mismo ocurre con el corcho de una botella de vino, el casco al contenedor de vidrio, ¿y el puto corcho, a dónde? ¿Al de papel y cartón para que hagan un par de folios DIN A-4? Seguro que sí, pues pa´lla va. ¿Y la malla que envuelve las naranjas? Venga chaval, no te pases, que tampoco te pagan por ésto.
Y así me paso la semana, discurriendo qué va en cada cubo, pensando que la llegada del invierno me proporciona más posibilidades de pasar desapercibido y sintiéndome, al menos en ese aspecto, un ciudadano ecológico. Aunque no sepa dónde debo tirar la malla de las naranjas.
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