ANÁLISIS: EL ACENTO
Lula, la hora de la mudanza
24/11/2010
A Luiz Inácio Lula da Silva, que el 1 de enero entregará la presidencia de Brasil a Dilma Rousseff, le ha llegado el momento de la mudanza. Lleva ocho años al frente de su país y ahora le toca volver a su piso de San Bernardo do Campo, una pequeña ciudad del interior de São Paulo, pero tiene un pequeño problema: los regalos que ha recibido durante su mandato. Son exactamente 760.440 y, por una ley de 1991, todo cuanto recibe un jefe de Estado en Brasil le pertenece y puede dejárselo a los suyos como herencia. Pero antes debe llevarse sus cosas a casa. No las puede dejar alegremente en la residencia presidencial, el palacio de Planalto, así que Lula debe resolver con urgencia algunas cuestiones de logística. Por ejemplo, ¿dónde colgar más de 80.000 cuadros?
Le hacen falta más de 80.000 clavos. Por ahí, no hay problema: existen ferreterías. Lo difícil es encontrarles sitio y, después, acertar con las cuestiones estéticas: tendrá que apretujarlos mucho y procurar que no desentonen. No es fácil.
De peores líos ha sabido salir este hombre que a los 12 años empezó a trabajar como limpiabotas y que estuvo en una tintorería y vendió tapioca y frutas tropicales en la calle hasta que, más tarde, consiguió un trabajo estable como obrero metalúrgico. El sindicato, la política, el Partido de los Trabajadores y, un día, presidente: la historia se conoce. El 1 de enero de 2003 se subió al Rolls-Royce negro que la reina de Inglaterra regaló en los años cincuenta al presidente Getulio Vargas y fue a jurar su nuevo cargo.
Lula ha tenido que contratar 11 camiones para llevarse los obsequios recibidos: desde sofisticadas espadas de oro con rubíes, esmeraldas y diamantes hasta dos simples batidoras. Nada se sabe de su futuro, quizá ni siquiera llegue a instalarse en su antiguo piso. Así que, por lo pronto, ha aplazado la complicada tarea de colgar los cuadros y dejará sus 760.440 regalos en un almacén. Su sucesora tiene suerte. Por lo menos no le ocurrirá lo que, en 1994, le pasó a John Major: Margaret Thatcher lo regañó por dejar que su mujer se pusiese un collar que ella había recibido como primera ministra y que dejó en Downing Street cuando, como a Lula, le llegó la hora de la mudanza.
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