martes, 3 de abril de 2012

Ciencia en palabras/ Yogures y bacterias contra la ansiedad

Ciencia en palabras/ Yogures y bacterias contra la ansiedad:

Este texto fue publicado el 27/03/2012 en el suplemento de ciencia Tercer Milenio, de El Heraldo de Aragón.
También en la web de Dixit Ciencia.
«Vivimos en un mundo peligroso». Eso dijeron los miembros de la Academia Sueca al conceder el Nobel de Medicina 2011. El galardón fue a parar a manos de tres científicos que han contribuido al conocimiento de nuestro sistema inmunitario, de nuestras defensas frente a los ‘peligros’ que nos rodean. Estos enemigos adoptan las más diversas formas: pueden ser virus, hongos, bacterias… Pero no todos ellos resultan perjudiciales. Tanto es así que muchas de las bacterias que habitan en nuestro interior —y que conforman el denominado ‘microbioma’— realizan funciones que nos resultan del todo imprescindibles.
De lo primero que se supo, hace ya tiempo, es que contribuyen a la digestión de los alimentos. Más tarde se observó que ayudaban al desarrollo del sistema inmunitario y que incluso podían tener que ver con la diferente tendencia que cada uno de nosotros muestra a la obesidad. A todo esto —que no deja de resultar en cierto modo sorprendente— se añadió el hecho de que diferentes poblaciones bacterianas parecen estar relacionadas con el riesgo de padecer autismo. Es decir, que de alguna manera las bacterias de nuestro intestino pueden influir en nuestro sistema nervioso, en nuestro mismísimo y no siempre mimado cerebro. De hecho, diferentes estudios ya han probado la relación existente entre algunos microorganismos y el aumento o disminución de determinados neurotransmisores. Y hace poco una investigación realizada en el University College de Cork (Irlanda) ha demostrado que alimentar a animales con ciertos yogures puede regular su comportamiento, disminuyendo su ansiedad.
En el laberinto Lactobacillus rhamnosus es el nombre de una bacteria que está presente en algunos de los yogures que vemos en los supermercados, y es además uno de los probióticos más estudiados. Los investigadores decidieron usarla para alimentar a un grupo de ratones y comparar después su comportamiento frente a otro grupo que había seguido una dieta normal, sin la bacteria. Una de las pruebas a las que les sometieron fue la del llamado ‘laberinto elevado en cruz’, un experimento típico para medir diferencias en ansiedad. El ‘laberinto’ consiste simplemente en dos cajas que comunican con dos brazos abiertos. Que los ratones pasen muchas veces y más tiempo en estos brazos indica un menor grado de ansiedad, una mayor capacidad para explorar nuevos espacios. Otra de las típicas pruebas es la llamada ‘prueba de natación forzada’. En ella se deja en un recipiente con agua al animal durante 15 minutos y se repite al día siguiente. Cuanto más tiempo permanezca nadando el segundo día indica que el recuerdo le ha generado un miedo menor; que, en cierto modo, es más capaz de ‘reaccionar frente a la dificultad’.
Pues bien, los ratones alimentados con el probiótico entraron bastantes más veces en los brazos del laberinto, se quedaron allí durante más tiempo y permanecieron nadando el segundo día bastante más que los ratones ‘control’. Y no solo eso, los investigadores comprobaron que había diferencias en el comportamiento del neurotransmisor GABA, el mismo sobre el que actúa el Valium, por ejemplo. Y que estos cambios parecían llegar desde ‘las tripas’ al cerebro a través del nervio vago.

Trayecto esquemático del nervio vago
El vago es, seguramente, un injusto desconocido. Es un nervio de gran longitud que nace en el encéfalo y que baja por el cuello y eltronco, comunicándose con el corazón, con los pulmones, y después con el estómago y con todo el sistema digestivo. Y es el responsable, por ejemplo, de que algunos se mareen al ver sangre o de que podamos sentir las conocidas y relamidas ‘mariposas en el estómago’. Ahora, además, parece ser también quien comunica el microbioma digestivo con el cerebro: cuando los investigadores cortaron parte del nervio vieron que, por más bacterias que les dieran de comer a los ratones, éstos no disminuían su ansiedad ni su miedo.
Faltan muchas cosas por saber. Por ejemplo, no sabemos qué es lo que hacen exactamente las bacterias para producir estos cambios. Ni siquiera sabemos si esto sucede así en humanos –aunque algún estudio parece indicar que ciertas bacterias de yogures pueden ayudar en el síndrome de fatiga crónica–. Pero el solo hecho de que las bacterias de un yogur puedan hacer a un animal más tranquilo y más valiente se puede considerar ya un hecho excepcional, ¿no?

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