Lamentablemente, con una manguera nunca obtendríamos nieve suave y sedosa sino simple hielo. La razón de ello es que la formación de nieve no es tan simple como parece. Hace falta polvo.
La nieve natural se forma en la atmósfera superior donde minúsculas gotas de agua se adhieren a los cristales de hielo o a motas de polvo y el agua líquida muy fría se transforma en hielo sólido. Esta “nucleación” imprescindible del hielo y el polvo es el ingrediente secreto para generar nieve.
Y ¿entonces cómo lo hacen las máquinas que generar nieve artificial en las pistas de esquí? Pues usan una mezcla patentada de partículas nucleadas (fundamentalmente, polvo y bacterias especialmente diseñadas). Para ello se requieren 570 litros de agua por minuto a fin de que las colinas de la estación de esquí se cubran de polvo blanco. Una manguera de jardín, sin embargo, apenas arroja unos 23 litros por minuto.
Así de importante es el polvo para los paisajes blancos. Porque lo que de forma generalizada llamamos polvo es en realidad muchas cosas que flotan a nuestro alrededor. Si queréis saber qué cosas son, echad un vistazo al artículo ¿Qué hay en el polvo que nos rodea?
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